02.11.12
En épocas prehistóricas, cuando las fuerzas que dominaban la vida humana eran las de la naturaleza, y el ser humano aún era un engranaje muy débil en la cadena de la vida, quienes reinaban sobre los hombres eran los animales, y no al contrario. Esto provocaba en el inconsciente colectivo de aquellos primeros hombres un sentimiento de miedo y de respeto hacia las formidables fieras que por entonces poblaban los grandes espacios naturales europeos.
Casi todas las grandes mitologías y cosmologías de las culturas de Europa Occidental nacen de la naturaleza, y, particularmente, de los animales. Halloween, que hoy en día es una pseudofiesta de disfraces que se esparce como la pólvora en nuestros hogares y colegios, como forma de colonización de las costumbres anglosajonas, también comenzó como un ritual relacionado con la naturaleza, con los animales y con sus almas.
En época de los celtas había un culto relacionado con las fiestas paganas de los solsticios de verano (las hogueras de San Juan) y de invierno (que se convertiría tras la cristiandad en la navidad). Eran fiestas basadas en el cálculo del tránsito de los astros y la duración de la luz solar, y que bajo un delgado velo religioso, trazaba las fechas más importantes para la agricultura: la siembra y la recolección.
Pero también, mucho menos conocidas, y más antiguas, existían dos fiestas más populares, relacionadas con las actividades de los pueblos protocélticos: la ganadería y la caza. Se trata de las fiestas de la noche de Walpurgis, o Beltane, en mayo, y del Al-hallow Even, o Hogunnaa, el 31 de octubre.
La explicación es bien sencilla: en toda Europa Occidental, a finales de octubre, mágicamente, los bosques perdían sus hojas, a la vez, soplaban vientos del Norte, y llegaba la nieve a las montañas. Millones de aves cruzaban cielos y llenaban campos, llegando de lugares remotos (la migración era aún un fenómeno desconocido), y cubrían el continente. Bestias (uros, osos, lobos, tarpanes) que hasta entonces se refugiaban en los bosques más profundos bajaban al valle e interactuaban, no siempre amistosamente, con los humanos.
La tierra moría, las plantas barbechaban, el frío azotaba. y todo lo traían estos animales mágicos, que eran literalmente el invierno. No el astronómico, que es muy diferente y refinado, sino el invierno real, el que traía la muerte.
En las mentes de la época, eran los animales (más en concreto las almas de los animales) los que traían la muerte a los campos, el hambre, la penuria, y había que congraciarse con estos espíritus de la naturaleza para que no atacasen a los humanos, para que la muerte, que bajaba de las montañas, de los cielos, no entrase en las casa.
Fiesta de las ánimas
Y aquí nació la fiesta de las ánimas: si había que dar cobijo al ganado en las casas, si había que guardarse bajo techo para sobrevivir al invierno, este recogimiento también implicaba agasajar las ánimas de los no-vivos, congraciarse con sus espíritus, y ofrecerles el calor del hogar y el respeto de los vivos.
En ciertas tribus célticas, eran los niños los que salían al campo, hacían hogueras que exorcizaban el frío y simbolizaban la vida, y tras recoger las cenizas, las depositaban a las puertas de las casa, a cambio de un presente, como ritual de paso (era el 'truco o trato' actual). La casa que no daba turba a los niños como combustible para las hogueras, y que no tenía una piedra delante a la mañana siguiente, dejada por los niños, no tenía garantizado el favor de los espíritus, que se llevarían a sus moradores cuando en mayo volviesen, con los pájaros, con las bestias, al Norte, al bosque, al reino de lo no-vivo.
Un bonito ritual si lo comparamos con las extravagancias actuales.
fonte: elcomercio.es
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